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lunes, febrero 13

Por qué el fútbol es el rey de los deportes.

Lo prometido es deuda, y a algunos de los comentarios de mi post “Fútbol sí”, les dije que intentaría en otro post explicar por qué creo que el fútbol es, merecidamente, el rey de los deportes. Que nadie se tome este texto como una minusvaloración de las otras disciplinas deportivas. Nada más lejos de mis intenciones. Sólo quiero, con estas líneas, hacer un pequeño homenaje a algo que me ha dado, en mi vida, momentos de gran alegría, de pasión e, incluso, de tristeza.
El primer factor que hace del fútbol un fenómeno sin igual es, como ha señalado en su post Ramón Flores, que el fútbol se puede jugar prácticamente sin medios. Esto puede parecer una tontería, pero no lo es tanto. Otros deportes exigen unas condiciones mínimas para poder practicarse. El baloncesto requiere una canasta a altura, un balón que bote y una superficie de juego más o menos plana; el ciclismo, perdón por la perogrullada, requiere una bicicleta; el tenis raquetas y pelotas; el balonmano también requiere un balón que bote; los deportes de agua necesitan de una piscina; y así un largo etcétera. Por el contrario, al fútbol se puede jugar sólo con un balón, o con algo que le sustituya más o menos eficazmente: una pelota de trapo, un papel hecho bola o incluso una piedra.
En este sentido, además, el fútbol tiene para con los otros deportes otra ventaja añadida: que la falta de medios no se traduce a la larga, necesariamente, en una desventaja. Es sabido, por ejemplo, que grandes jugadores, sobre todo brasileños y africanos, tienen un dominio inigualable del balón precisamente porque cuando eran niños jugaban en campos en malas condiciones. En estos campos, el movimiento del balón al ser conducido no es lineal sino prácticamente impredecible, y eso hace que con el tiempo, jugando en terrenos así el futbolista desarrolle unos impresionantes reflejos.
Además, como también ha señalado Ramón, el conjunto de reglas que definen lo que es jugar al fútbol es muy laxo. Esto es un factor importante, ya que un juego no es más que el conjunto de reglas que lo definen, reglas que todos los participantes asumen. En este sentido, es destacable que se puede jugar al fútbol dos contra dos, veinte contra veinte, o incluso uno sólo. Yo he jugado partidos sin fuera de juego, sin árbitro, sin tarjetas, en campos en los que se jugaba con tres balones tres partidos a la vez (ay, qué tiempos los del colegio), y no cabe ninguna duda de que, efectivamente, era a fútbol a lo que jugábamos.
Estos dos factores, sobre todo, han hecho que el fútbol se haya convertido en un fenómeno casi universal. Hoy día se patean balones en todas las esquinas del planeta. Yo acabo de realizar un viaje a Egipto, y en cada barrio, en cada descampado, he visto a niños corriendo detrás de una pelota, jugando en porterías hechas con trapos, con cuarenta grados a la sombra. Alguien argumentará que estos niños juegan a ese deporte, y no a otro, porque la televisión ha hecho estragos en ellos y les ha convencido para hacerlo. Yo creo que juegan a fútbol porque es a lo que pueden jugar, y porque, además, es muy divertido.
Además, y esto también lo ha señalado Ramón, el fútbol, a diferencia de otros deportes, no exige prácticamente condiciones innatas para poder destacar en él. El atletismo, el ciclismo e incluso el baloncesto, exige unos mínimos muy altos para quien quiere jugar bien (yo de pequeño no llegaba a la canasta con el balón de basket, y eso me frustraba tremendamente). En fútbol, los mejores futbolistas no tienen por qué ser físicamente dotados. Al contrario, de repente, entre todos los atletas del fútbol, aparece un chico bajito, tímido, feo e incluso gordo, y les demuestra que por mucho que se entrenen, por mucho que se metan en el túnel de viento para calcular su resistencia al viento, por mucho que acudan a clínicas deportivas donde calculen y le ayuden a mejorar la fuerza de su pegada o la velocidad de su arrancada, incluso por mucha nandrolona que se chuten, él será mejor que ellos.
garrincha.jpgUn ejemplo de esto fue Garrincha, a quien Eduardo Galeano define así: Cuando empezó a jugar a fútbol, los médicos le hicieron la cruz: diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista, este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y con las dos piernas torcidas para un mismo lado”. (“El fútbol a sol y sombra”, p. 118. Siglo XXI, Madrid, 1995)
Hay otro factor importante, que es el del seguimiento. Un estadio vacío es una imagen desagradable. Hay en el fútbol una necesidad de la grada que hace de él un espectáculo vivo. Sin hinchas, sin nosotros, no hay nada. Hay partidos que los gana la grada (¡yo lo he visto!) y hay otros en los que los seguidores, por su descontento, llevan a su equipo a la derrota más cruel.
Está claro que parte del seguimiento del fútbol responde al poder de los medios de comunicación. Pero no sólo es responsabilidad suya. En este sentido, conviene recordar que, por ejemplo, en la final de la FA Cup inglesa del año 1901, cuando no existía aún la televisión y la radio no retransmitía los partidos, se congregaron nada menos que 110.000 espectadores. ¡110.000 espectadores en un partido jugado en 1901!. Asimismo, a la final del Mundial 1950, en Maracaná acudieron nada menos que 203.849 personas, y aún no había televisión.
Es decir, es cierto que la popularidad del fútbol debe mucho, muchísimo a la labor de los mass media, pero no es menos cierto que esa popularidad precede con mucho al fenómeno de los medios de comunicación, cuyo papel tiende generalmente a exagerarse, no sólo en este tema. En este sentido, yo siempre he sospechado que hay un matiz de desprecio por las personas en los discursos que explican sus pasiones solamente en el poder de convicción de los medios. Yo creo que la gente no es tan tonta como tendemos a pensar, y que cuando algo les gusta, hay razones más profundas que el mero “lavado de cerebro” de los medios.
En el sentido del seguimiento, además, el fútbol también es casi universal. A los partidos de clasificiación de Francia 98 de la selección de Irán, acudieron nada menos que 700.000 espectadores. Los números de otros seleccionados, algunos que pierden siempre, por cierto, no son menos espectaculares, ya sean selecciones de África, América, Europa o Asia.
mundial-66-final.jpgPor otro lado, a diferencia de los deportes individuales, en los que el deportista se retira, y se terminó su trayectoria, en el fútbol no hay un fin. Decimos que el Barcelona ha ganado su segunda Copa de Europa, cuando en el club ya no juegan los mismos jugadores y no están los mismos dirigentes. Hay una “esencia” que se mantiene en el tiempo, y eso hace que siempre haya una revancha, una segunda, tercera o undécima oportunidad. En este sentido, se puede decir que en el fútbol siempre se gana y se pierde. El equipo que hace treinta años era un referente en Europa, hoy malvive en terceras divisiones, y el equipo que hace cinco años luchaba por no desaparecer, hoy e un referente de juego en todo el mundo. Esta condición “eterna” de los protagonistas del juego, da al fútbol una dimensión histórica y simbólica. Cuando un jugador pasa a formar parte de un equipo, hinchas, prensa y dirigentes, se encargan intensamente de recordarle la historia de los colores que defiende.
Finalmente, para no extenderme más en un post que, si por mí fuera tendría dimensiones históricas (me gustaría hablar de los símbolos, de la geopolítica del fútbol, de las historias personales que se viven a través de él, de la unión entre amigos gracias a este deporte, es que ¡amo el fútbol!), creo que el fútbol es un generador inigualable de historias, tanto individuales como de grupo. Cada partido, cada campeonato, produce tal cantidad de historias de todos los colores: de fracaso, de éxito, de venganza, de amor, de pasión, de locura, de traición, que hace que quienes lo seguimos, nos veamos reflejados en ellas, suframos y disfrutemos cada día. Algunos amigos míos se reían de que lo pasara realmente mal el día que mi querido Figo decidió irse al Real Madrid. Decían que yo no me juagaba nada, que si fuera inteligente me daría igual. Yo, argumentaba que cuando uno va al cine, no disfrutará nunca si piensa que, en realidad, nada de lo que sucede en la pantalla tiene importancia, y que, además, algunas de las cosas más importantes de la vida, en realidad, no importan nada.

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